TRANSFORMACIÓN DE SANTIAGO POR LA CIUDAD DELEITOSA
    
Si yo fuera Presidente

Ya no habria mas pobreza,

Todo seria riqueza
En este gran continente.

      Formaria un caudaloso
Rio de puro aguardiente,
Otro de leche caliente
Que fuera tambien frondoso,
Ambos en un rico pozo
Caerian francamente;
Aquel de azúcar imponente
Un buen ponche nos daria
I todo lo cumpliria
Si yo fuera Presidente.

      El pueblo haría asfaltar
Con chancaca la mejor
Poniendo al su alrededor
Ladrillos de pan candeal.
Santiago lo haré techar
Con una almibar bien gruesa
Poniéndole por firmeza
Puntales de caramelos
I con tan buenos anhelos
Ya no habria más pobreza.

      Cien mil sitios formaré
Destinados a los pobres
I con ladrillos de cobre
Todo lo enladrillaré,
Con oro aun techaré
Desde la primer pieza
I con mantequilla espesa
Los blanquearé de manera,
I si gobierno yo fuera,
Todo seria riqueza.

      De pura chicha un cequion
Formaré en cada camino,
I un puente de puro vino
Con arcos de salchichon.
Sus barandas de jamon
Serían precisamente;
También las tablas del puente
Serán de queso el mas puro;
Plata lloverá lo juro
En este gran continente.

      Por fin, voi a hacer tapiar
Con quesos la poblacion,
I en esta bella nación
Botado el oro va andar.
Tambien voi a adoquinar
Con azúcar todo el suelo;
Por hacerlo me desvelo,
Bien lo puedo comprobar
Que por último haré un mar
Con olas de buen pigüelo.

Juan Bautista Peralta

"SI YO FUERA PRESIDENTE…”. Qué manera más hermosa y cuánto humor para hacer ondear la esperanza de la gente de a pie en este verso, el que inaugura un maravilloso programa presidencial. Por eso copié el poema, hace ya varios años, en una de mis libretas; y, desde entonces, me vuelve a la memoria insistentemente y no me deja tranquilo cada vez que tenemos elecciones. Y me la imagino a la esperanza así, ondeando, porque los versos pertenecen a la llamada “poesía de cordel”, los que eran pliegos impresos apaisados ―la mayoría de 54 x 38 centímetros― que se desplegaban en plazas, mercados, fondas y estaciones de trenes, llegando a todo Chile para su venta. Estaban impresas por una sola cara y bajo un título se alineaban las poesías (desde 4 hasta 8), donde el “suplementero” recitaba los poemas para interesar al público. En Chile la estructura de los poemas es la “décima espinela”: «Cuatro estrofas de diez versos octosílabos desarrollan un tema anunciado en una cuarteta introductoria». A «esta estructura se añade una última estrofa “de despedida”, en la que los poetas realizan un comentario sobre lo dicho o reflexionan sobre el tema tratado».
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Los “pliegos” o “Liras”, como también eran conocidas estas hojas de poesía, fueron publicaciones con llamativas imágenes. Las más hermosas llevan anónimos grabados en madera, los que junto a clichés de imprentas, se usaban para hacer atractivas las hojas e introducir en el tema o los sucesos que trataban. Podían verse encabezados para piadosos versos a la virgen, al niño Dios o enterarse de fusilamientos y homicidios, sin faltar brindis, cantos a la patria o a sucesos extraños. Imágenes necesarias, pues la mayor parte de la clientela era analfabeta: en 1865, que es la década en que comienza esta poesía popular impresa, Chile estaba habitado por un millón y medio de habitantes y el 86,5% no sabía leer ni escribir, el 3% de la población tenía derecho a voto y el 71,4% vivía en el campo. Comenzaba en esos años un masivo éxodo del campo a la ciudad buscando mejores oportunidades de vida por los cambios que se vivían en la estructura productiva del país. (Ver Nota 1)
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Rodolfo Lenz (1863-1938), lingüista, filólogo y lexicógrafo alemán, que llega a Chile para enseñar inglés y francés en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en 1890, se encuentra con un español que se hablaba de forma muy diferente a como él lo había aprendido en Europa. Comienza a interesarse, entonces, en esta poesía impresa convirtiéndose en el primero en investigarla, coleccionarla y difundirla. Nos cuenta Lenz: «Sólo una parte de los poetas hacen imprimir sus producciones poéticas i así dan cuenta al pueblo de acontecimientos nuevos y de experiencias antiguas». Su publicación dependía de algún suceso que los obligara. Escribe Lenz: «Salen casi sólo con motivo de algún acontecimiento extraordinario, un asesinato atroz, un accidente, un fusilamiento de algún criminal, etc.». Pero, también para las fechas religiosas y fiestas nacionales. Los pliegos se vendían a cinco centavos. Hoy existen tres colecciones que tienen unos mil ochocientos pliegos. Están la colección de Rodolfo Lenz y de Alamiro de Ávila en la Biblioteca Nacional y la de Raúl Amunátegui en la Biblioteca Central de la Universidad de Chile.

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Periódicos para un público mayormente analfabeto, como decíamos, que estaba llegando a las ciudades desde el campo, trayendo el arte del Canto a lo Divino, y que en las calles y con la imprenta se convirtió en una forma de cantar el mundo y tratar de entenderlo y mantenerse vinculado al origen. En las liras quedó registrado el particular punto de vista de los poetas populares, el que cumplió un rol importante según los que las han estudiado: «Las hojas de lira cumplen un papel de reafirmación y soporte de una identidad popular que al conformarse el mundo urbano se siente amenazada. En este sentido, la poesía popular desempeña un rol educador, de aclimatación y mediación entre el atraso del campo y el mundo moderno». Tomando las noticias de otros diarios, pero adaptándolas y ofreciendo su opinión de lo leído. Siendo, «un medio que vinculó y expresó a la gran mayoría de la población de las ciudades más grandes del país»: «En cuando a los receptores o "consumidores" de las liras populares, hay un consenso entre los estudiosos del tema respecto a que se trató de un importante contingente de la población urbana, estable o en tránsito, de origen predominantemente campesino, al igual que los poetas, y con crecientes índices de alfabetización. Hablamos de gañanes migrantes, de obreros y artesanos, de vendedores ambulantes y feriantes, de soldados y pequeños comerciantes, hombres y mujeres». (Daniel Palma Alvarado)

El 31 de julio de 1895, el diario El Ferrocarril, les hacía un sentido homenaje a esta poesía: «Se ve, pues, que los 'populares' son hombres muy sabios, que no rehuyen ninguna materia por árida que sea.  Es verdad que lo que sale de sus plumas en los más casos es todo menos poesía digerible para un hombre instruido; pero no por eso merece esta poesía el desprecio y el olvido de la gente educada».

Como escribió Antonio Acevedo: «nuestros cantores populares tenían una sensibilidad propia; veían el panorama desde sus puntos de vista; sabían identificarse con los hechos y los comentaban en sus versos».  

Juan Bautista Peralta, pueta
Para apreciar mejor la belleza ruda y alegría desenfadada de estos versos, hay que decir que este poema ―tal como me fui enterando de a poco en estos años― lo dictó un poeta popular (pueta), ciego, analfabeto y, como se dice hoy día, emprendedor. Ese era Juan Bautista Peralta, nacido en Lo Cañas en 1875, cuando allá era todavía rural, antes que lo devorara Santiago. Siendo niño quedó ciego, lo que él mismo relata en versos: “Mi mano nunca ha tomado / Una pluma para nada / Porque una peste malvada / Me dejó en la seguedad…”. Pero, esto no fue obstáculo para que, a los ocho años, saliera a trabajar a la calle como suplementero; pues eran niños los que usualmente vendían tanto los diarios serios, como los periódicos satíricos y las hojas de poesía: los canillitas. A esa misma edad Peralta comienza a cantar en fondas y chinganas, donde “las clases populares santiaguinas desarrollaban una rica sociabilidad alrededor del canto y el baile”.

El Poeta Peralta con un lazarillo por las calles de Santiago.
Diario Los Tiempos, 10 de mayo 1933

Así, entre el canto y la imprenta se fue criando este niño. Apadrinado por dos poetas (Santiago Durán y Liborio Salgado) e inmerso en la gran vida cultural de las fondas y chinganas del eje Avenida Matta y San Diego que ven no sólo un buen cantor sino un buen compositor (el otro epicentro poético musical estaba en La Chimba). Cuando se convierta en profesional se le ocurrirá darle un nombre a sus hojas de poesía llamándolas La Lira Popular en 1899, parodiando ―como debe hacerlo un pueta de respeto― el nombre de la Lira Chilena, revista que difundía la poesía “culta”. Por 30 años La Lira Popular difundió sus versos sin una periodicidad fija.

Peralta al componer sus poemas necesitaba ayuda para ponerlos por escrito: «cuando algún verso le cojeaba, contaba las sílabas con los dedos, componía, arreglaba la estructura métrica, y ya estaba su voz cavernosa y ronca dictándole al ‘Secretario’».

Uno de los atractivos de la poesía de cordel eran las disputas que se daban entre los puetas por la calidad de los versos: “contestándose y desafiándose por medio del papel, tal como antes y después se desafiaran cara a cara los cantores en sus payas”. Peralta debatió con Daniel Meneses (también notable pueta), quien le respondía con igual vehemencia. Pero, Peralta fue más allá al crear a Juana María Inostroza (pseudónimo para del propio Juan Bautista Peralta), teniendo así encendidas polémicas consigo mismo, en un genial juego poético y también comercial. De estas publicaciones vivía Peralta, tal como los otros puetas. En uno de sus pliegos se lee: “Se reciben avisos para la Lira Popular. Garantiza a su clientela un tiraje de 6000 ejemplares por semana. Dirijirse a Galvez 521 y a Imprenta San Antonio 843. Se venden poemas en hoja i en libros con descuento por mayor”


Grabado que retrata al poeta Peralta

En 1933 muere Peralta. El diario Los Tiempos se refiere a él en esa fecha como el “taita del cantar”, afirmando que “…fue un hombre más conocido que el pan en todas las ciudades de la República. Todo Santiago, todo Chile, lo conoció y compró sus versos, y en todas partes, desde el último suplementero hasta el más encumbrado hombre de negocios o de Gobierno, ha podido contemplar su figura de afiche, recortada entre la neblina densa de cualquiera estación del Sur…”.

El poema de Peralta fue publicado para el reñido y complicado triunfo de Federico Errázuriz Echaurren en 1896, elegido con 143 votos, de quien se esperaba curara las heridas todavía abiertas de la Guerra Civil de 1891, la que vino del enfrentamiento del Presidente con el Congreso y que, como sabemos, culminó con el suicidio del Presidente Balmaceda, pero se olvida mencionar los 4.000 muertos de una población de apenas dos millones y medio de habitantes (recordemos que en la pasada guerra contra Perú y Bolivia habían muerto menos chilenos que en la Guerra Civil). Pero, Errázuriz Echaurren defraudó las esperanzas y si bien se dedicó a reinar, no gobernó y pronto los partidos ya estaban dedicados a sus pequeñas y egoístas peleas. Eso sí, logró algunas cosas importantes: El Instituto Comercial, la ampliación del servicio de tranvías, las obras del alcantarillado de Santiago, el Consejo Superior de Higiene Pública, etc.

Que Peralta le dedicara sus versos a una elección presidencial no es extraño, pues la política fue parte central de su vida de ciudadano, junto a su negocio de impresor y poeta popular: escribió columnas de aguda crítica social contra la aristocracia de la época, integró un movimiento político contra el papel moneda y las fichas porque entendía que eso atentaba contra los salarios y el nivel de vida de los trabajadores. Integró el Centro Social Obrero y en 1896 se dirigió a una multitud de cuatro mil personas en una manifestación convocada por ese centro. Participó en el periódico satírico José Arnero donde denunciaba a diestra y siniestra ocupando el humor para reírse de la política y cultura oficiales; fue director responsable del también periódico satírico El Carrilano de los empleados y obreros de Ferrocarriles del Estado y participó y dirigió el Sindicato de Ciegos Luis Braille. Para Peralta, la realidad era un tema poético popular y, a la vez, político y social. Es desde ahí que se inserta en la tradición de los poetas populares de “el mundo al revés” de la que es un digno heredero y continuador.

El mundo al revés: La Tierra de Jauja, The Land of Cockaigne
Pero, ¿de dónde vienen las opulentas y apetitosas imágenes de este poema? ¿De dónde viene esta transfiguración de la pobreza en gozo y descanso? De muy antiguo. Este recurso poético de convertir la pobreza en riqueza, las penurias de la vida en maravillas se pueden rastrear en la Biblia, con racimos de uvas que hay que cargar entre dos hombres, o las opulentas comidas de griegos. Pero, si se quiere un origen más preciso, éste se encuentra en la Edad Media y el Renacimiento, donde se cuenta del mítico País de Cockaigne y que, al aparecer América, se convertiría en el País de Jauja (también conocido como País de Cucaña ) para los hispanoamericanos, por la fama de esa región del Perú en su clima y abundancia. (ver Nota 2)

Travesura poética que se sostiene en aquello que anima a esta poesía popular: si bien son poetas que pueden ir con devoción ir a escuchar una Misa, eso no quita que le hagan una décima burlesca al cura que la dice; que ha sido la esencia del espíritu de los carnavales, donde fiestas religiosas y civiles pueden ser traspasadas y subvertidas por el humor popular. Así, los poetas populares, como se ha escrito, «son una mezcla de credulidad i escepticismo… son amigos de las fórmulas, pero en el fondo se ríen de todo, aún de lo más santo». Incluidas sus esperanzas de hombre y mujeres de a pie, de aquellos que son la carne de cañón de doctas utopías, como cuando Campanella quería mudar el imperio y la Santa Sede a la América recién descubierta, porque piensa que ya no hay fuerzas para reformar a Europa que para él se hundía en la decadencia. Mientras, en obras de teatro y poemas, Jauja es imaginada como un lugar donde a uno le pagan por no hacer nada, donde la comida está al estirar la mano y se puede dormir a pierna suelta bien alimentado y sin sed.

Hay una famosa pintura que representa el mito de la Tierra de Cockaigne (ver Nota 3), la que pertenece a Pieter Brueghel, el viejo (¿1525? – 1569); en ella se ve a tres hombres durmiendo la mona, entraditos en carne, cada uno de ellos vestido en forma diferente. Se especula que representan a las clases sociales: un caballero, un campesino y un hombre de letras o clérigo (al que se puede identificar por el libro que tiene a su lado). La comida abunda, el cerdo va cocinado, con el cuchillo metido para llegar y servirse. Se piensa, que Bruegel, quien realiza una pintura en buena medida moralizante, intenta transmitir la idea que las debilidades y los vicios no entienden de clases. Bruegel ―un pintor teólogo de la prerreforma― no le parece que huir de este mundo sea santo; que arrastra un pesimismo metafísico: para él el mundo es indigno de confianza y el exaltar sus placeres con humor es una traición a la salvación. Sólo verá consuelo en los juegos de niños y campesinos laborando en la naturaleza. (Ver Nota 4)

La Tierra de Jauja (Het Luilekkerland), 1567
Alte Pinakothek, Münich, Alemania

Hay un grabado basado en la pintura, que nos permite ver con más detalle lo representado en el cuadro (pero baja la calidad estética):

Fuente: Wikipedia

En la obra El Deleitoso de Lope de Rueda (1510-1565), dramaturgo español y uno de los primeros actores profesionales, capta muy bien la imagen que se tenía de América en el siglo XVI: “tierra de riquezas, abundancia y maravillas, donde todos los sueños, imposibles y disparates, cobraban realidad”. Imagen a la que le da un giro patético, cuando en su Paso Quinto vemos a dos ladrones, Panarizo y Honziguera, distraer a Mendrugo, tan pobre como ellos, contándole “contecillos de la tierra de Jauja”: le dicen que le pagan a los hombres por dormir y que azotan a los que trabajan; que los peces dicen “cómeme”, “cómeme”, etc. Todo para que, cuando Mendrugo esté embelesado por las imágenes y sus esperanzas, robarle la comida.

América es imaginada como tierra de imposibles ―no olvidemos las maravillas que dio a conocer Colón en sus cartas y a las que nadie, por inverosímiles que fueran, se pudo sustraer ―, «…oro, vida fácil y naturaleza extravagante…, aparecerá en las obras de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora,…», etc. Lo que se puede rastrear aún más atrás en las Historias Verdaderas de Luciano de Samosata, inspirado en las leyendas fantásticas de Homero, Pitágoras y Empédocles. Quien influenció en los relatos de Rabelais, Swift, Rodolfe E. Raspe (Aventuras del Barón de Münchhausen) y Voltaire. Y también Tomás Moro, Campanella y otros que idearán utopías para imaginar un orden humano y donde sea posible que el hombre no sea el lobo de otro hombre. Cito unas líneas de la presentación de un libro sobre las utopías: «Recuerdo haber leído que los paraísos e islas afortunadas ―como Jauja― forman parte esencial del mundo onírico de todos los pueblos salvajes». Así, «se han podido rastrear a lo largo y ancho del Brasil los desplazamientos de la tribu guaraní en busca de la ‘tierra sin mal’». Cultas utopías o la popular Jauja o Cucaña, buscan resolver la tensión entre lo humano ―en su dureza y precariedad― con lo maravilloso o divino que quizá pueda existir, que quizá pueda ser posible o, al menos, soñar.

Juan Uribe Echevarría (1908-1988), gran recopilador y estudiosos de la cultura oral y popular, se topó en Alhué con una composición del poeta y cantor Amoroso Allende donde el mito de Jauja ya no es posible en la Tierra, sino en Marte, por eso el poema se llama Vamos al planeta Marte, donde una estrofa es decidora: Abandonemos la tierra / porque hay muchos sinsabores, / y muy crueles escorpiones, / el mirarlos nos aterra; / hay hambre, miseria y guerra, / en una y en otra parte; / mejor hacer un baluarte / para pasar buena vida; / yo los invito enseguida, vamos al planeta marte. Allá, como corresponde, las casas son de bizcochuelo, la gente es robusta y sana, de aguardiente son los ríos y los chanchos cocidos andan por las calles con tenedor y cuchilla metidos para servirse y, por supuesto, los edificios tienen sus tejas de sopaipillas. Eso lo escuchó en la década del 40, los años de la Segunda Guerra Mundial, que había globalizado el horror. Jauja, entonces, se tiene que ir cada vez más lejos para hacer posible lo imposible, ese que alienta en ricos y pobres, grandes y pequeños, humanos todos y que no nos abandona.
     Cuando ya me convencí
que yo era un gran ministro
por el sobaco un rejistro
hice i algo recojí
luego al pezcueso me fui
donde otros muchos por suerte
hallé entonces alerte
como ministro completo
condené por un decreto
todos los piojos a muerte.

Un delirio curioso (fragmento),
Juan Bautista Peralta

Notas:

Nota 1: Para Santiago, las condiciones de su crecimiento fueron distintas al resto del país: « El desarrollo de la minería en la zona norte y de la agricultura en el Núcleo Central llevaron a la capital sumas apreciables de dinero que en monto significativo fueron empleadas en la construcci6n de edificios nuevos, algunos muy lujosos, en bienes importados y en servicios. A1 mismo tiempo, a medida que aumentaron los ingresos fiscales, se desarrollaron los servicios públicos, especialmente los educacionales. El autor ha podido identificar diez nuevas instituciones educacionales establecidas en la capital entre 1830 y 1860. También surgieron muchos clubes políticos. Durante este período empezó a correr el primer tranvía y se inició el alumbrado a gas en las calles. En Santiago de 1860, ciertamente, era más moderno que el Santiago de 1830. La ciudad de Santiago en 1865 tenía 115.377 habitantes, cifra significativa comparada con la de 70.438 de Valparaíso y con la de 67.777 correspondiente a Santiago, en 1835. Según estas cifras, la población de la capital aumentaba a una tasa anual de 1,8 por ciento.» En 1865 en la zona central el 16,51% de la población era urbana y el 52,31% rural; para 1907 el 24,28% era urbana y el 31,50% rural y, en 1952 los porcentajes eran: el 39,17% de la población es urbana y el 19,46% rural. (Carlos Hurtado Ruiz-Tagle, Concentración de población y crecimiento económico, el caso chileno, 1966)

Nota 2: El nombre de Cucaña ―según Wikipedia― «se considera que procede del latín coquina (cocina) o quizás del germánico kuche (que también alude a lo cocinado y designa generalmente a los pasteles); lo concreto es que (según el célebre diccionario del idioma francés Littre) la palabra procede de cocagne nombre languedociano (es decir occitano) dado a pasteles de pintura tintorea obtenidas de la planta llamada también cocagne (Isatis tinctoria L.).  En efecto, inicialmente se conoció como País de la Cocagne a la región del Lauragais que era gran productora de cocagnes durante los siglos XV y XVI, tal producción se extendía hacia el norte del Lauragais hasta Albi y por esto Cocagne designó inicialmente a una región rica y de buen vivir. La denominación del país de Cucaña dio origen al nombre del juego llamado en castellano cucaña [palo ensebado]. Por otra parte durante la conquista del Tahuantinsuyo por Francisco Pizarro éste y sus tropas descansaron en la ciudad de Jauja la cual era sede de enormes tampu (depósitos) de riquezas, ropas, alimentos y bienes diversos acumulados por los incas, tales depósitos fueron aprovechados por los conquistadores españoles, de este modo luego el País de Cucaña tuvo tras 1533 prácticamente como sinónimo al «país de Jauja».

Nota 3: En la Wikipedia: «The word Cockaigne derives from Middle English cokaygne, traced to Middle French (pays de) cocaigne[1] "(land of) plenty," ultimately adapted or derived from a word for a small sweet cake sold to children at a fair (OED). The Dutch equivalent is Luilekkerland ("lazy luscious land"), and the German equivalent is Schlaraffenland (also known as "land of milk and honey"). In Spain an equivalent place is named Jauja, after a rich mining region of the Andes, and País de Cucaña ("fools' paradise") may also signify such a place. From Swedish dialect lubber (fat lazy fellow) comes Lubberland,[2] popularized in the ballad An Invitation to Lubberland.»

Nota 4: Brueghel, al igual que El Bosco parecen «enmarcarse en una corriente mística prerreforma, la que arranca de la obra del Maestro Eckardt, continuada por Enrique Suso y Taulero, difundida en los Países Bajos por el predicador Gerardo Grote, a quien se considera iniciador de la Devotio moderna» (Wikipedia).


Bibliografía:
Enlaces:

Parte de este artículo se publicó en La Panera, Nº 2, de enero de 2010, periódico de arte y cultura de la Corporación Arte + de distribución gratuita en Santiago de Chile.

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